miércoles, 27 de julio de 2016

En modo Ema Wolf

WOLF, Ema. Historias a Fernández, Buenos Aires, Sudamericana, 2004
En casa, estamos atravesando una fase de fanatismo por Ema Wolf.

Hace porquito, con mi hija Julia, sacamos uno de sus clásicos de la Biblioteca de San Isidro. Un librazo: Historias a Fernández.

Es un libro autorreferencial: un cuento que habla del cuento y de su proceso de construcción ¡Es genial!

En este libro, Wolf le inventa historias a Fernández (su gato), que acaba de tener un golpe en la cabeza y por orden médica (de un tío enfermero diplomado) debe mantenerlo despierto por tres horas, a fin de descartar cualquier riesgo de conmoción cerebral. Entonces, se ve obligada a inventarle cuentos, historias que lo mantengan despierto, que le resulten interesantes, que capten su atención (¡la del gato!).

Y Fernández no es cualquier gato. Es un gato que tiene la costumbre de dormir como un tronco: "(...) de las veinticuatro horas que tiene el día, Fernández duerme alrededor de veintiséis. Duerme sin pausa, con la dedicación de un atleta entrenándose para las olimpíadas del sueño, duerme para llegar primero en cualquier maratón de párpados cerrados (...) Ni siquiera conoce el sueño ligero: entra directamente en la cuarta fase -la de las ondas delta...-".

La semblanza que hace Wolf sobre el gato protagonista no tiene desperdicio: es creativa, divertida, desopilante. Y a lo largo del libro, va dejando al descubierto el rol del narrador (en este caso, narradora), que busca inspiración asomándose por la ventana de la casa. Y así, viendo pasar vecinos o incluso ante una calle desierta, encuentra las ideas para sus cuentos.

A continuación, un extracto:

“La última historia tenía que ser la mejor: amplia, dilatada, vibrante, sólida como un arrecife y a la vez sutil como dibujada con pincel de seda, algo para durar eternamente en la memoria, una historia sin andadores, capaz de sostenerse sola sobre sus cuatro patas (...) Sentí lo mismo –pero más tremendo- que lo que siento frente a un rollo de cinta scotch cuando no le encuentro la punta. Yo no pedía gran cosa, necesitaba apenas un borde, un pretexto, un motivito, algo de donde agarrarme para empezar a contar (...) Cuando ya me subía por las piernas un miedo espantoso, vi acercarse un hilo de agua que corría despacio por el costado de la vereda, una nada, apenas una humedad. A medida que avanzaba se hizo más importante y arrastró una hoja que flotó sobre la superficie. Encima de la hoja navegaba un insecto. En la junta del asfalto, la pequeña corriente se detuvo y dibujó un charquito que tenía la forma del mapa de Australia. La brisa rizó la piel del agua, e hizo temblar la hoja y el insecto. Eso fue todo. Ahí, en ese charco, me zambullí”.

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